El encuentro lunar


Era una noche de luna llena en los alrededores del Pacific Spirit Regional Park, en la ciudad de Vancouver. El viento azotaba fuertemente las ramas de los árboles y la lluvia era tan intensa que no permitía ver más allá de 5 metros. Yo me encontraba en mi habitación, echada en la cama mirando el techo con la música al máximo volumen, lo único que quería era dejar de escuchar los gritos de mis padres. Últimamente discutían mucho, a veces hasta por gusto. Sabía que habría un divorcio pero yo no quería ser parte de eso. En muchas ocasiones traté de que arreglaran las cosas, pero la calma duraba tan solo unos dos días, luego comenzaba otra vez. Sólo era necesaria una pequeña chispa para que encendiera toda una llama. La verdad es que ya no se soportaban. Me cansé de intentar ayudar, así que lo único que hago es refugiarme en mi habitación y llenarla de música fuerte, ésta me ayuda a olvidarme de todo. Me levanté y me dirigí a la ventana, tratando de ver que hay mas allá de mi casa, pero nada, la lluvia no lo permitía.

De repente escuché que mi puerta se abría de golpe y alguien apagaba la música.

- Emma, dile a tu padre que te vas conmigo.

- No, Emma se va conmigo.

No lo podía creer, empezaron a gritarse en mi cuarto, en mi refugio. Esto ya era demasiado. No podía soportar más de eso y me fui, bajé las escaleras y aunque sabía que hacía un frio infernal y estaba lloviendo a borbotones no me importó, sólo quería dejar de oír los gritos.

Salí de la casa y sus gritos continuaban, me moví sin rumbo fijo y me encontré frente al bosque que se encontraba muy cerca de mi casa. Me adentré en la parte densa del bosque, los árboles eran muy altos y frondosos, sus troncos llenos de fango verdoso, el suelo lleno de tierra que junto con la lluvia formaban charcos de lodo. La lluvia no cesaba y el viento corría con más fuerza, pero eso no iba a impedir que me alejara del que antes fue mi hogar, mi hogar feliz.

Con lo oscuro de la noche no podía distinguir nada y de vez en cuando me resbalaba por los charcos.

- ¿Estás perdida? - escuché una voz masculina. Me detuve

- Hey, ¿Te perdiste niña? - provenía de la penumbra, la voz tenía un tono amenazante. Mi cuerpo se paralizó, alguien estaba escondido y por como hablaba no era nada bueno.

Escuché que se acercaba a mí.

- Hey, ven yo te voy a ayudar, ven.

Fue entonces que lo vi, la luz de la luna dejó ver algo de su figura. Era un hombre alto, fornido, solo llevaba un pantalón y el pecho descubierto. Sus ojos brillaban como los de un felino y se movía sigilosamente hacia mí.

- Ven - al no hallar respuesta de mi parte, pues estaba paralizada del miedo. Suspiré.

- Si tú no vienes, yo voy. Y se lanzo hacia mí.

Lo único que hice fue cerrar los ojos y rogar que me desmayase para no ser consciente de lo que ese hombre pensaba hacer conmigo. Espere algún movimiento pero nada.

Entonces escuché un gruñido ensordecedor. Abrí los ojos y ya no era uno, sino ahora habían dos, pero el segundo estaba atacando al primero. Se movían tan rápido que no podía ver cuando uno golpeaba al otro. El segundo levantó al primero en brazos y lo lanzó hacia un árbol, el cual se rompió por el impacto. El primero se levantó rápidamente en posición de ataque, como si el haber chocado con el árbol no lo hubiera lastimado.

- ¡Vete! - exclamó el segundo, que se encontraba a espaldas frente a mí, como si me estuviera cubriendo. Yo no me moví, estaba impactada por la lucha, ¿Cómo podían moverse así?

- ¡Ahora! - gritó y me dio un pequeño empujón. Allí fue cuando desperté de mi trance y eché a correr lo más rápido que pude.

- Ah no, no te vas a ir - escuché decir a alguien a lo lejos, me volteé para ver de dónde provenía.

La voz salió del que trató de lastimarme, se lanzó hacia mí estirando su brazo para alcanzarme, en su rostro se podía ver una sonrisa endemoniada. Cuando ya estaba a centímetros de agarrarme, algo lo detuvo y fue arrastrado a la oscuridad.

Escuché un aullido ensordecedor.

– ¡Maldita sanguijuela! – Alguien gritó.

La lluvia no cesaba, eso me dificultaba seguir avanzando, así que me detuve y recién caí en el hecho que estaba perdida y muy agitada.

- Si que estas perdida, ¿Cierto? - alguien me hablaba y se encontraba a mi lado. Volteé y lo vi. La luz de la luna me permitió ver su rostro, él me miraba. Era hermoso, lo más hermoso que nunca había visto, cejas pobladas, ojos color miel, nariz perfilada, pómulos salientes, una mandíbula fuerte y labios redondeados. Me quedé contemplándolo unos segundos, luego volví en mí y me aleje de él.

- No te preocupes - dijo suavemente - no te voy hacer daño, yo te ayudé.

Luego de decir eso me sonrió amablemente.

- ¿Cómo puedo confiar en ti? - dije un poco temblorosa, retrocediendo mientras lo decía - ¿Cómo se que tú no me harás daño?, eres igual que él - seguí retrocediendo.

- Me ofendes - dijo algo pícaro – no soy como él, ese es una escoria. - se detuvo y empezó a caminar lentamente hacia mí – Yo te ayudaré, necesitas mi ayuda, estas perdida ¿verdad?

- Sí, pero… – me tropecé al retroceder, estaba a punto de caer, pero sentí como dos brazos me sostuvieron y luego me levantaron. Me había cargado y empezó a correr.

- Suéltame - luché para que me soltara, pero era inútil, por mucho esfuerzo que pusiera él era demasiado fuerte. Desistí y dejé que me llevara. Fue extraño, no lo conocía pero me sentía segura con él, no quería que ese momento acabara jamás, me olvidé del mundo y tuve una tremenda paz, un descanso que no sentía desde que era niña, cuando mi padre me acunaba en sus brazos para que pudiera descansar. ¿Por qué rayos me sentía así con un completo desconocido?

- Ya llegamos, esta es tu casa. ¿Cierto?- sí, era mi casa, a la que no quería volver.

- Sí – pero, ¿cómo sabia él? – ¿Cómo sabes?- en ese momento se puso serio y me bajo de sus brazos.

Con las luces de la entrada de mi casa lo vi mejor; era hermoso, llevaba puesto una camisa de un color celeste claro, un pantalón negro y unos zapatos de vestir. ¿Cómo podía correr con esos? Y lo más importante, ¿cómo llegamos tan rápido? Ahora que me doy cuenta no pasaron ni unos 5 minutos y ya habíamos llegado a mi casa.

- Será mejor que entres - sonaba serio – te vas a resfriar.

Miré la ropa que llevaba puesta, estaba empapada, me podía resfriar o en el peor de los casos una pulmonía por haber estado corriendo en medio de la lluvia.

- Gracias - dije mirando todavía mi ropa.

Oye…- levante mi mirada para verlo, pero ya no estaba, había desaparecido. ¿Pero cómo? Si no escuché sus pasos.

Me acerqué a mi casa. Cuando estuve frente a la puerta, exprimí un poco la ropa y entré.

Nada había cambiado, los gritos seguían, pero esta vez estaban en la sala y no en mi cuarto. Tuve que pasar por la sala para subir a mi habitación.

- Usted señorita, ¿dónde ha estado metida? - me gritó mi padre. No lo miré y seguí avanzando.

- Hey, usted señorita, voltéese y míreme.

- Deja a Emma en paz, no le grites.

- ¿Qué? Ella también es mi hija, le puedo gritar si quiero.

- Pero eres…. - y siguieron discutiendo, sin darse cuenta que estaba mojada.

Llegue a mi habitación, cerré la puerta y encendí la música otra vez. Cambie mi ropa mojada por mi pijama. Luego me dirigí a la ventana, para tratar de ver si él seguía allí, en algún lugar escondido dentro del denso bosque…

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